Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos. (Hechos 2:41-47, RVR 1960).
Este pasaje se sitúa al final de la asombrosa historia de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo vino como un viento impetuoso sobre los apóstoles reunidos y les permitió hablar en otras lenguas. Mientras hablaban, los judíos de diversas naciones que se habían reunido en Jerusalén durante Shavuot, o la Fiesta de las Semanas, pudieron oír en su propio idioma a los apóstoles hablarles acerca de la poderosa obra de Dios realizada con la muerte y resurrección de Jesús. Esta fiesta, celebrada 50 días después de la Pascua, era una de las tres fiestas de peregrinación, en las que los varones judíos acudían a Jerusalén trayendo ofrendas. Lo que traía a Israel a judíos de muchas naciones. Era una fiesta alegre en la que se celebraba la cosecha, y Dios eligió esta reunión para que fuera el punto de partida del ministerio de los apóstoles. La reacción de la multitud ante los apóstoles fue variada: la mayoría se asombró y quedó perpleja ante lo que oía, pero otros se burlaron de los apóstoles, atribuyendo su extraño comportamiento a que habían bebido demasiado vino.
En ese momento, Pedro, el apóstol a quien Jesús había encomendado «apacentar mis ovejas» (Juan 21:15-17), predicó un poderoso sermón, declarando que Jesús de Nazaret, a quien habían crucificado, había resucitado de entre los muertos. Él era el Cristo, el Salvador y Señor de las profecías, y lo que estaban viendo y oyendo aquel día era el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho de enviar su Espíritu Santo.
Al comienzo de este pasaje, vemos que muchas de las personas respondieron con fe, y cerca de tres mil se bautizaron ese día. Fue una respuesta asombrosa al mensaje evangélico de Pedro, y lo que él y los demás apóstoles hicieron a continuación me parece muy instructivo para mi propio ministerio de enseñanza. Más ovejas se habían unido al rebaño y necesitaban ser alimentadas para crecer en su nueva fe.
El pasaje nos dice que estos nuevos creyentes se dedicaron a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión entre esta nueva comunidad, a compartir los alimentos unos con otros y a orar juntos. Compartían sus recursos para atender las necesidades de los demás, celebraban el culto en el templo y se reunían en las casas para comer juntos, alabando a Dios. En todo esto, gozaban del favor de la gente de Jerusalén, y cada vez más personas llegaban a la fe en Cristo a través de su testimonio y ejemplo. ¡Qué experiencia tan poderosa y asombrosa!
A veces en la iglesia sentimos un poco de tensión al decidir entre nuestros esfuerzos por compartir el mensaje del Evangelio con los demás e instruir en la fe o «discipular» a los que ya han respondido en la fe. ¿Cuánta prioridad debemos dar a cada aspecto? Aquí, en Hechos 2, vemos un buen ejemplo de cómo los apóstoles manejaron esto. Comenzaron con un fuerte énfasis evangelístico al compartir la palabra de Dios con la gente el día de Pentecostés, y siguieron ese mensaje inicial con la enseñanza diaria en los atrios del Templo. Todos los nuevos creyentes se dedicaron a este aprendizaje, comunión y oración, y a su vez, influyeron en otros para que pusieran su fe en Cristo.
En ocasiones, me resulta práctico comparar la evangelización con el ejercicio de la «obstetricia»: es el parto de un bebé que ha llegado a término. El médico no crea al bebé, es Dios quien lo hace, pero el médico ayuda a que nazca en el momento oportuno y se asegura de que comience su vida sano y salvo. Pero los nuevos bebés tienen muchas necesidades, y me gusta comparar el discipulado con la «pediatría», proporcionando cuidados y una dieta adecuada para ayudar al nuevo bebé a crecer sano. Los apóstoles comprendieron que ambos aspectos de su ministerio eran importantes, y siguieron proclamando el mensaje del Evangelio y enseñando a estos nuevos discípulos todo lo que Jesús había mandado, tal como Él les dijo que hicieran (Mateo 28:16-20).
Deseo que mi propio ministerio tenga estas mismas prioridades, y que tenga el mismo cuidado con los nuevos creyentes que mostraron los apóstoles. Con demasiada frecuencia se celebran reuniones evangelísticas en las que las personas llegan a la fe en Cristo, pero reciben un seguimiento limitado para apoyarles, cimentarles y alimentarles como nuevos creyentes. Por otro lado, con demasiada frecuencia seguimos alimentando a las ovejas que ya tenemos sin mirar más allá de nuestro propio rebaño, hacia quienquiera que necesite oír el mensaje del Evangelio y ser invitado al rebaño de Dios. Personalmente, creo que tiendo a inclinarme mucho hacia el lado de la pediatría, y necesito dar más prioridad a la obstetricia. Disfruto de la oportunidad de enseñar, de la comunión, de orar con mis hermanos y hermanas en Cristo, pero necesito una mayor visión de cómo llevar el mensaje del Evangelio a otros que aún no lo han oído.
¿Y qué hay de ti y de tu iglesia? Al leer sobre los apóstoles y la forma en que comenzaron su ministerio de hacer discípulos, ¿qué aspectos se reflejan bien en el ministerio de tu iglesia, y en tu propio ministerio de enseñanza? ¿Dónde podría Dios querer que te salgas de tu énfasis habitual? Que Dios te dé un creciente deseo y comprensión de cómo ver ambos aspectos, la «obstetricia» y la «pediatría», bien reflejados en tu ministerio.
Padre, es muy emocionante ver a Pedro ponerse a la altura de las circunstancias y compartir el mensaje del Evangelio con la multitud en Pentecostés. Tú lo transformaste de alguien que temía que lo relacionaran contigo a un valiente evangelista y maestro de tu Palabra. Te ruego que hagas esa misma obra transformadora en mí, dándome mayor claridad y confianza para compartir tu mensaje evangélico, y para apacentar las nuevas ovejas de tu rebaño mientras me das la oportunidad de apoyar a los que ya has llevado a la fe. Que seas glorificado en todo esto, y que otros que vean tu obra transformadora en nuestras vidas deseen conocerte a ti, el Dios que redime y transforma. Amén.
Este devocional es uno de los cincuenta y dos de la colección “Alimentando el alma del líder de estudio bíblico”. Si desea leer más o compartirlos con un amigo, puede acceder a ellos en línea en y también están disponibles en forma de libro a través de .